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Julio Cortázar,

el wingman

del año

Yoshiro Luna

Julio Cortázar me ayudó a ligar con una chica temiblemente sexy. Lo sé, no es el mejor modo de celebrar sus cien años de vida (los grandes escritores son inmortales). Tal vez debería participar en la mesa redonda de alguna universidad, escribir su biografía, dirigir un corto basado en cualquiera de sus cuentos, o qué sé yo. Pero como no soy intelectual, ni escritor de ligas mayores, ni académico, ni un artista-genio incomprendido, me limito a explorar su literatura de modo terrenal.

Así, pues, guiado por impulsos más humanos, logré incitar a una sensual señorita gracias a la mente detrás de “Casa tomada”. El escenario fue la aplicación para iPad llamada OkCupid. Sé que Cortázar habría amado ese detalle. Él, tan dado a historias en las que lo fantástico se mezcla con la vida cotidiana, seguramente reiría ante la idea de que un par de personas se coqueteen y deseen a través de la fría pantalla de un aparato digno de la saga de Ender. Tal vez habría ideado un cuento sobre un hombre desesperado por probar la humedad de su ardiente compañera de chat al grado de acercar tanto el rostro a la tablet que termina convertido en una salamandra hexadecimal contemplando a un hombre excitado con mirada de deseo: Axolotl en la Matrix.

La presa en cuestión se hacía llamar Black Kitty Cat, un nombre suficientemente erótico como para captar mi atención. Las mujeres de naturaleza tánatos, nocturnas, felinas y lunares son quienes en verdad saben rocanrolear entre las sábanas. Tomen nota de este detalle, después me lo agradecen. Al visitar el perfil de la pequeña gatita, encontré a una impresionante chica de escasos 19 años con los ojos grisáceos a los que sólo les faltaban las pupilas verticales. Su piel blanca le daba un aire de súcubo a aquel cuerpo delgado, fino, elegante. Coronaba su figura de honky tonk women/gimme the honky tonk blues con su cabello castaño rizado, la mirada cínica y una sonrisa cómplice de alguna astuta maldad. Era inevitable pensar en Black Kitty Cat como una de esas mujeres que nadan en el río mientras uno mira de lejos.

Me aventuré a marcar su perfil como uno de mi agrado y decidí mandarle un mensaje. Pasaron varios minutos sin recibir respuesta. Estaba por mandar todo al diablo, apagar el iPad y echarme a dormir cuando la campanilla de aviso para las respuestas recibidas me sacó del ensueño.

--   ¡Hola! ¿Qué onda, cómo estás? Yo, chido. Voy llegando de la peda, jijiji. ¿Tú qué haces?

Lo siguiente fue mucho más sencillo. Simplemente adopté el papel de escritor maldito que a todas les encanta y que todos quienes nos fusilamos letritas ajenas tenemos tan bien estudiado. Solté palabras elegantes, fumé mientras conversábamos, cité autores, agoté las metáforas existentes, etcétera. Ser un Oliveira de exquisita conversación y misterioso semblante es el mejor modo de marear señoritas de este tipo.

Black Kitty Cat afirmaba sentirse emocionada por charlar con un escritor. Me confesó su deseo por escucharme leer algunos poemas un día, frente a frente. Todo salía perfecto. Sin embargo, pequeño detalle que pasé por alto estúpidamente, me pidió que le compartiera algún texto en ese momento.

Como todo buen escritor que se respete, alardeo más de lo que trabajo. Me quedé helado ante su petición. ¿Un texto en el que estuviese trabajando? Tal cosa no existía, era una tontería siquiera preguntarlo. Angustiado, comencé a buscar por todos lados algo para salir del apuro. Y ahí estaba, sobre mi colchón, al lado derecho de mi almohada, un libro que yacía boca abajo señalándome la respuesta: Rayuela. Sonreí maliciosamente y le comenté de mi columna sobre Julio Cortázar (así es, la misma que leen en este momento).

—¡Cortázar! ¡Es mi escritor favorito! ¡No mames, lo amo!

Victoria. Pude sentir a ese hombre altísimo, eterno Dorian Gray de barba poblada, dientes descuidados y ojos infinitos moviendo su cabeza afirmativamente mientras me alargaba otro cigarrillo. 

¿Qué tiene Cortázar que fascina a los jóvenes? ¿Qué misterio guardan sus letras para comunicar universos cósmicos destinados a quienes apenas descubren el mundo con olas de hambre, pasión y deseo? La respuesta es muy sencilla: el juego. Cortázar es grande porque no escribía literatura, jugaba con ella. No es casualidad que su obra más conocida haya sido titulada como un pasatiempo infantil: Rayuela es el libro preferido de muchas personas simplemente porque rompe con todas las reglas, las formalidades y los esquemas. No se sabe qué esperar de ella, ofrece miles de posibilidades y satisface en más de un modo.

Las mejores cosas de esta vida deben encararse como una actividad lúdica. Los músicos lo saben; los escritores, también. Lo mismo pasa con los pintores o los fotógrafos, y admitámoslo, no existe ningún juego más placentero que el de la seducción y el erotismo. Cortázar lo sabía, lo sabía muy bien. Así, ante la afirmación de la querida Black Kitty Cat, sólo pude responder:

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar […].

Ese pequeño fragmento fue suficiente para recibir por parte de la gatita negra una foto de ella vestida únicamente con un top azul cielo y una panty gris, dedicándome un precioso underboob que nos llevó a amalarnos el noema, agolpar el clémiso y caer en hidromurias. Black Kitty Cat se entregó a mí de un modo increíblemente salvaje. Estuvimos cerca de una hora así y ahora espero su respuesta para vernos pronto y experimentar muchas otras facetas de las pasiones surrealistas glílglicas. Así fue como el argentino me ayudó a ligar hace un par de noches.

Yo te celebro, Julio enromísimo, con un arranque de pasión cibernético quizá menos intelectual pero, definitivamente, mucho más cronopio.

El otro drama: ¿De quién son los cuerpos que no son de los normalistas de Ayotzinapa?- "Si los restos encontrados en las fosas no son de los 43 estudiantes, ¿de quiénes son? La pregunta atizó el corazón arrasado, vuelto carbón, triturado en pedacitos, de decenas de familias que se amarraron el miedo para plantearla en voz alta en la iglesia de San Gerardo María Mayela. En cuanto se encontraron unos con otros y se palparon los mismos daños, se reconocieron los mismos síntomas de los muertos en vida, soltaron un llanto cavernoso, añejo por el tiempo almacenado, que se convirtió en sonido de fondo de la reunión."
[Texto publicado en Proceso.com.mx, por Marcela Turati]

 

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