
El
tatuaje
Davo Valdés
Manuel 17 años aborda a un camión para ir a la capital. Paga con un billete de cincuenta pesos al chofer y camina al fondo con paso lento. Mira por las ventanillas y descubre un cielo gris como un gran bloque de cemento. Piensa que las nubes sólo necesitan un pequeño empujón para que colapsen y la lluvia comience a caer sobre la tierra roja de su pueblo. Se sienta en la última fila. Delante de él va sentado un hombre con el cabello cortado al estilo militar. El camión arranca y ruge como una bestia, el chofer pisa el acelerador y el bramido cede, las nubes chocan mecidas por un viento frío y pequeñas gotas de agua se inmolan en el suelo, en los techos de lámina y sobre la capota del autobús. El sonido de la tormenta produce un efecto arrullador en Manuel 17 años que cierra los ojos, primero reacio a sucumbir y después entregado por completo a un sueño profundo. Como el sueño de los autobuses. Implacable e incontrolable.
Manuel 17 años sueña que-las-moscas-se-comen-su-cara- y, de pronto, despierta sobresaltado. Casi por inercia voltea a ver al hombre sentado frente a él. El hombre corte estilo militar siente comezón en la rodilla y se inclina para rascarse. Al hacerlo deja al descubierto su nuca. Manuel 17 años descubre un tatuaje en el cuello del hombre corte estilo militar. “Rodrigo”, dice la marca de tinta sobre su piel. La última O es un sol. Los ojos de Manuel 17 años se quedan fijos como si quisieran apresar un recuerdo. Una palabra. Mira por la ventana y ve cómo el pueblo va quedándose atrás.
—El hombre que mató a tu padre es como cualquier hombre del pueblo. Pero si quieres reconocerlo mira en su cuello, detrás del cabello: tiene tatuado su nombre. — Le contó la madre de Manuel 17 años cuando éste tenía apenas ocho.
Manuel 17 años sabe que está detrás del asesino. El hombre que le causó tanto dolor a su madre. Nunca se supo por qué lo mató, ni tampoco supieron a dónde partió después del crimen porque el cuerpo no había aparecido nunca. Pero ahí estaba frente a él. Estaba seguro de eso. Su madre se lo había contado muchas veces. “Ese hombre del tatuaje detrás del cabello lo mató”. Manuel 17 años piensa en cómo vengarse. Quiere venganza porque muchos de sus recuerdos son los de su madre sufriendo y lamentándose la ausencia del hombre que una vez amó. Decide esperar a que el autobús llegue a la capital. Quiero seguirlo y encontrar el momento adecuado para atestar un golpe certero y castigar al hombre corte estilo militar.
Manuel 17 años no pega un ojo durante el resto del viaje. Han llegado a su destino. Los pasajeros comienzan a descender del camión lentamente. Al levantarse el hombre corte estilo militar mira de reojo al joven sentado detrás de él. Antes había sentido que lo observaban. Es sólo un niño, piensa. El hombre sale de la terminal y entra al metro Tasqueña. Manuel 17 años lo sigue de cerca.
El hombre corte estilo militar tiene sus propias preocupaciones. Regresó una vez más al pueblo de tierra roja y no se atrevió a buscar a su hijo. Piensa que es un cobarde. La escena se repite infinito en su memoria. Su mujer llorando, pidiéndole que al menos vea a su hijo una vez antes de irse. El pequeño había nacido una semana antes y aún no le había visto el rostro. No le dio bautizo y se marchó. El hombre estilo militar camina por las calles del centro de México. Está pensativo y triste. Su garganta está seca. Se arremanga la camisa y entra a una cantina.
Ya es de noche. El cielo es un bloque inmenso de hierro fundido. Los faros se encienden en las calles. Se escucha el bullicio del bar. Música triste para almas tristes que se carcajean. Adentro no hace frío. Todos se cobijan dentro sin tocarse siquiera. Escuchan las mismas canciones. Una luz rojiza ilumina los rostros de los borrachos que cantan. En la barra, una mujer gorda atiende con temor. Arriba de ella una Virgen con luces de neón y hierbas atadas a sus pies, cerca de la media luna, brilla y resguarda las botellas de tequilia y ron.
Manuel 17 años observa al hombre corte estilo militar desde un rincón de la barra. Los dos están bebiendo cerveza. Se siente hombre porque nadie le pidió una identificación. El calor le sube por el pecho, provocándole una falsa seguridad. El valor de los pendejos. Piensa que es el momento de actuar. Se levanta del banco y camina hasta donde se encuentra el hombre corte estilo militar. Lo mira como se mira al enemigo. Con miedo y odio. Y lanza un puñetazo cerca de la boca y choca con los dientes que se mantienen firmes pero que tiemblan. El hombre no logra esquivar el golpe, pero actúa. Se incorpora velozmente como un animal que sabe que la presa se ha equivocado en atacarlo. Toma a Manuel 17 años de los brazos y lo arrastra afuera de la cantina. Todos ven lo que pasa, pero nadie interviene. Esas cosas siempre son entre dos. Alguien echa dos monedas en la rockola y empieza una canción de Bronco. Afuera la calle está vacía. El pavimento está mojado porque antes llovió y todo parece un valle de espejos sucios. El hombre corte estilo militar golpea a Manuel 17 años con su palma abierta. Le propina dos cachetadas y después cierra el puño y con gran fuerza arremete contra el estómago del joven. Manuel 17 años cae al piso y recibe un último golpe en el ojo que pronto le cierra el párpado y le llena la cara de sangre. El hombre corte estilo militar no dice nada, ni siquiera se esfuerza en lastimarlo. Pero el joven está seguro de que morirá porque nunca había sentido tanta humillación, ni tanto dolor. El costado de Manuel se entumece luego de sentir que lo patean. No cuenta los golpes porque no puede. Sólo tiene la facultad de distinguir que su dolor aumenta y que la golpiza no parece tener fin. El hombre corte estilo militar se detiene. Mira de soslayo para cerciorase de que nadie los ve. Saca un cigarro de la bolsa de su camisa y lo enciende. Está lejos, pero Manuel 17 años siente el calor de la flama. Su cuerpo arde. El hombre somete al joven lo obliga a mirarlo a los ojos. Por primera vez habla. Y Manuel escucha su misma sangre en la voz del hombre corte estilo militar: —No te mato porque todavía vas crecer. Sólo entonces puedes venir tú a matarme, cabrón.
El hombre se incorpora y arroja su cigarro a un charco. Camina y desaparece en las callejuelas del zócalo. Manuel 17 años ensangrentado intenta ponerse en pie pero se desploma. El dolor lo ha vencido. El recuerdo que buscaba mientras iba en el autbús se agolpa en memoria. ¿Cómo se llamaba mi papá? Rodrigo, hijo ¿Y quién lo mató? El hombre con el tatuaje detrás del cabello.

Davo Valdés. Estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma del estado de Morelos. Forma parte del Colectivo La Piedra. Columnista de cine de terror en Penumbria. Beneficiario del Programa de Estímulos para el desarrollo y la creación artística en 2009 con Sopor Aeternus (cuento) y en 2011 con Las mariposas (novela). En el 2010 publicó su primer libro de cuentos Relatos de un mundo depravado (EdicioneZetina). A finales de 2011 fue ganador de la convocatoria para publicación de obra inédita del Fondo Editorial del Instituto de Cultura de Morelos con su libro Ignoto (poesía) que salió publicado en 2013. Su más reciente libro, Despertar fue editado por Astrolabio.