
El aluzinaje
de los
Queltehues
Jaime Araya
Había un silencio extraño en el parque,
no había nadie. Todo estaba quieto,
ni el viento se aparecía,
algo de perturbador se respiraba.
De pronto,
el paisaje cambió de color,
ese amarillo se tornó naranjo
bordeando el rojo incendiario.
Las nubes ya cubiertas de arrebol
vaticinaron que algo sucedía
pero que no bastaba lenguaje para fijarlo.
Dispersos entre el pasto seco
los Queltehues comenzaron a reunirse
invocándose con su particular graznido.
Rodeaban el parque
simulando buscar el alimento;
cubrían todo el espacio,
había en ellos una aparente sincronización.
Su plan era incendiar la cuadra entera,
porque dicho lugar les pertenecía
y los niños se habían adueñado de él.
El parque no era un parque,
si no más bien un campo de batalla.
Esa misma tarde, en el minuto exacto
en que las madres liberan a sus hijos
de las tareas escolares
y ellas se dedican a preparar la once,
los Queltehues harían su primer atentado.
Se lanzarían en contra de los niños,
les arrancarían los ojos
y quitarían el pan de sus manos;
otros más extremos
romperían los vidrios
poniendo en riesgo su propia vida,
pues toda causa es más importante:
había que recuperar lo perdido
sin importar el método.
Violentarían las moradas
aleteando con rabia,
sus volátiles cuerpos serían una molotov
y sus gritos, verdaderos incendios.
Los Queltehues poseerían
las cucharas de palo de cada cocina
como símbolo de lucha;
las madres horrorizadas por la masacre
imploran a dios la ausente justicia divina,
pero en los animales eso no existe,
más bien la sobrevivencia,
esa era la sutil diferencia.
El barrio entero quedó mudo,
las teteras sonaban a punto de estallar,
era como si cada morada en ruina
se hubiese convertido en trenes fantasmas,
y al centro, la plaza invadida,
con un tinte más oscuro e intenso,
desaparecieron los hijos,
vino el hambre y la fuga.
Los semáforos entre el verde y el rojo transitaban
y en ese vaivén nadie había en el barrio.
El cielo ya se tornaba violáceo,
venía una noche fría y larga.


¿Por qué torturaron hasta la muerte al normalista Julio César Mondragón? - Julio César Mondragón Fontes, estudiante de la normal rural de Ayotzinapa, perdió la vida en la masacre de Iguala. Nunca fue entregado a grupo delictivo alguno, como supuestamente ocurrió con sus 43 compañeros desaparecidos hasta hoy. Fue detenido, torturado y ejecutado allí mismo por la policía municipal. Para Julio César no hubo compasión. Pero habrá justicia."
[Texto publicado en Animal Político, por Saruyi Herrera]