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Muros

para

Ida Vitale

Carlos Candiani

Las diez de la noche en el barrio de Alameda: la fuente ilumina el gran jardín como una luciérnaga que nos arrulla; la rua Lucinda Simões se prepara para la madrugada, aún pasan coches que alumbran a los caminantes y a la ropa que se seca en los balcones. Todo pasa, pero Lisboa permanece. Me despido de esta ciudad sin querer irme. Repaso las imágenes de los últimos días, anotaciones en la piedra de la memoria, y me detengo en un grafiti que vi cerca del Panteão Nacional: ‘Maio’. Y la palabra mayo siempre me lleva a un poema de Ida Vitale: 

MES DE MAYO
Escribo, escribo, escribo
y no conduzco a nada, a nadie.
Las palabras se espantan de mí
como palomas, sordamente crepitan,
arraigan en su terrón oscuro,
se prevalecen con escrúpulo fino
del innegable escándalo:
por sobre la imprecisa escrita sombra
me importa más amarte. 

‘Oidor andante’, 1972 

 

Ida aquí, en Lisboa, conmigo. ¿Por qué nos olvidamos de Ida Vitale? Maravillosa poeta uruguaya que ha publicado grandísimos libros desde 1949, cuando apareció ‘La luz de esta memoria’. Poeta, traductora y columnista que también ha publicado crítica y ensayo. ¿Qué más podemos pedirle? Los premios no son nada, es cierto, y ya lo dijo Onetti: «El Premio Cervantes, para mí, son diez millones de pesetas». Sin embargo, está la presencia, el hablar de ella, el tenerla entre nosotros. Ha promovido la literatura allá a donde va, ha defendido a la debilitada poesía cuando se le ha pedido un discurso o invitado a dar una conferencia. No dejó de escribir cuando tuvo que exiliarse en México, en los años setenta. Sus antologías, publicadas en México, en España y en Sudamérica, han sido reconocidas como —esenciales— y —reflexivas— y la han colocado como una de las escritoras hispanoamericanas más importantes. ¿Por qué no ha recibido el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana? ¿Es que no ha hecho suficiente para obtener el Premio Cervantes? ¿Por qué sólo cuatro mujeres han ganado el premio literario más importante en nuestra lengua? No se lo dieron a Blanca Varela o a Matilde Alba Swann, no pudo ser. Aunque han hecho justicia con Elena Poniatowska y aún se lo pueden dar a Ida Vitale. (Una discusión en la calle interrumpe mi reclamo al Ministerio de Cultura de España, al Instituto Cervantes y a todas las Academias de la Lengua. Mi portugués, aunque precario, me permite saber que la discusión es sobre la pérdida de unas llaves.) 

 

 

¿Qué estará haciendo en este momento Ida Vitale, en su casa de Austin, Texas? Qué poco importan los premios, sí, cuando tu obra está en todos lados, en todos los muros, de forma natural, como en Lisboa, donde alguien escribió Maio y otro alguien leyó Mayo, ‘Mes de mayo’, y decidió escribir un rompecabezas con preguntas, reclamos y naderías. Aunque todo sea con el pretexto de regresar a ella, de leer a Vitale: 

 

 

OBSTÁCULOS LENTOS
Si el poema de este atardecer
fuese la piedra mineral
que cae hacia un imán
en un resguardo hondísimo;

si fuese un fruto necesario
para el hambre de alguien,
y maduraran puntuales
el hambre y el poema;

si fuese el pájaro que vive por su ala,
si fuese el ala que sustenta al pájaro,
si cerca hubiese un mar
y el grito de gaviotas del crepúsculo
diese la hora esperada;

si a los helechos de hoy
—no los que guarda fósiles el tiempo--
los mantuviese verdes mi palabra;
si todo fuese natural y amable... 

Pero los itinerarios inseguros
se diseminan sin sentido preciso.
Nos hemos vuelto nómades,
sin esplendores en la travesía,
ni dirección adentro del poema.

‘Reducción del infinito’, 2002 

RESIDUA
Corta la vida o larga, todo
lo que vivimos se reduce
a un gris residuo en la memoria.

De los antiguos viajes quedan
las enigmáticas monedas
que pretenden valores falsos.

De la memoria sólo sube
un vago polvo y un perfume.
¿Acaso sea la poesía? 

‘Parvo Reino', 1984 

El mar al fondo, bajando la avenida Almirante Reis, donde iglesias, comida china, pasteles de nata, coches, tranvías y autobuses amarillos, aparecen y desaparecen sometidos al instante fugaz. Existen y dejan de existir. Y puedo ver los pensamientos de Ida en todos los muros, pues ya no estoy sólo en Lisboa, sino en la ciudad de México, en Montevideo y en Austin. Es la noche, pero es también el día y llueve a cántaros, se cae el cielo, cuando estalla, en algún lugar, una lata de pintura al caer al suelo: un mensajero nos trae otro poema de Vitale con su grafiti, aunque él no lo sepa. Pudo escribir “clamor”, “vuela”, “otoño”, “luz”, no importa, habrá escrito un verso de Vitale y quizá ella se haya dado cuenta allá en el sur de Estados Unidos. Ese es nuestro premio para ella, nuestro reconocimiento, mientras los institucionales se olvidan de ella y sabiendo que no escuchan este reclamo. 

Su voz, aquí, siempre. También su imagen, con el fondo negro y la grulla de origami en sus manos, como la retrató el argentino Daniel Mordzinski. Nosotros, nosotros estamos en todos lados, pues su poesía, una vez más, nos ha llevado con ella.

Carlos Candiani (Veracruz, 1980). Licenciado en Relaciones Internacionales. Ha sido corrector de estilo de distintas tesis de posgrado y ha colaborado en publicaciones culturales de México y de España. Ha sido traductor de textos académicos y es autor de dos poemarios y de dos libros de relatos. Forma parte de proyectos de derechos humanos y es profesor en cursos y diplomados virtuales.

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