
Muertes falsas
Franco Félix
Un redactor y periodista de nota roja rellena los casos criminales con datos falsos cuando los empleados se van de la oficina. Un día acontece un accidente automovilístico enfrente del edificio donde trabaja y es así como comienza a tener contacto con Claudia Sechslingloff, la esposa del accidentado en Marruecos. El texto está, de forma acertada, repleto de espacios en blanco y palabras no mencionadas enviadas en cartas desde una ciudad que desconocemos.
Clara Sechslingloff[1]:
Mi nombre es ______ _____[2]. Me dedico a un oficio más o menos ignorado. Soy Copyright de Falsa Nota Roja. Trabajo en un periódico local. No puedo decir el nombre porque metería en serios conflictos legales a la empresa. Como sea, vivo aquí, en _______, y me gano la vida escribiendo noticias adulteradas. Te explico:
Mi puesto forma parte de la sección policiaca. Así que observo calamidades todos los días[3]. Asaltos, asesinatos, robos, detenciones, violaciones, condenas, enfrentamientos, ejecuciones, operativos, secuestros, accidentes, y todo eso. Cuando todos los departamentos de redacción cierran el número y se van a casa, cerca de las 23 horas, yo entro en acción. Voy a Investigación y recojo todos los casos criminales que sobran de la jornada y que no entraron en la edición y los examino. Soy de los humildes trabajadores que rellenan los espacios vacíos de última hora que, sospecho, en realidad existen porque un vendedor de publicidad no hizo bien su trabajo. Selecciono uno de los casos y redacto una historia falsa con los elementos encontrados en las fichas. Al otro día, cuando se publica el número, en un pequeño espacio perdido en el océano de tinta, la muerte de un sujeto es ornamentada con mentiras[4].
Puedes pensar que soy un mentiroso de pacotilla. Y es cierto. Lo soy. Y también puedes creer que sólo soy un morboso con un procesador de palabras que completa los huecos del periódico. Pero la realidad es que, de vez en cuando, tengo que revisar y hacer notas reales. Como la que me tiene aquí contactándote. Hay días en los que tengo que salir a la calle a cubrir reportajes, conocer los detalles y ver personalmente los hechos porque, dice el jefe, Corren los Días de la Verdad que Debe Ser Contada[5].
Así supe de ti.
Yo estaba esa noche en la oficina, trabajando en una de mis Falsas Notas Rojas[6], y se escuchó una explosión y llantas derrapando, seguidas de un estruendo terrible. Se fue la luz y se activó el generador eléctrico. Era algo grande. La noticia había venido a nosotros, tocaba la puerta del periódico. Salimos a toda velocidad, esquivando escritorios, los pocos que estábamos haciendo guardia.
Un automóvil se había hecho trizas. El conductor perdió la vida instantáneamente. No llevaba puesto el cinturón de seguridad. El Camargo azul en el que viajaba a 112 km/h sobre Avenida _______ se estrelló contra un poste de luz a causa de un neumático reventado. No hubo otras víctimas, sólo un apagón eléctrico en la manzana. Según me explicó más tarde el médico forense, el hombre perdió la vida al instante por un trauma encefálico originado en el lóbulo frontal. Yo he visto más accidentes de esta naturaleza y te puedo decir, Clara, que es cierto, no debió sufrir.
Entre los compañeros y yo abrimos la puerta deformada del carro para ayudar. El hombre estaba bañado en sangre. Toqué su cuello. No tenía pulso. Se había ido. Negué con la cabeza a los demás y se alejaron por miedo a que el auto estallara. Eché un último vistazo por instinto periodístico. En su mano derecha, empuñada, llevaba una carta. Separé sus dedos y la extraje. Guardé las dos hojas en mi saco. El sobre estaba junto al acelerador. Lo tomé también. No sé por qué hice esto. Creo que fue un impulso mórbido. Luego se apoderó de mí la curiosidad y al final la compasión. Dimos parte a las autoridades y listo. Volvimos a nuestros cubículos a continuar con el relleno editorial.
Leí la carta hasta llegar a casa[7].
Esa noche no pude dormir con lo que leí en ella.
Pensé en el hombre muerto.
A la mañana siguiente, apareció una nota sobre el accidente. Calvo, el reportero estrella, la redactó desde su casa gracias a nuestros testimonios telefónicos. Después del almuerzo, fui a la morgue a ver el cuerpo. Fui a despedirme de Marti, el destinatario de la carta. En el sobre estaban tus datos.
Marti, sobre la plancha, lucía angustiado[8]. Su cuerpo me pareció pequeño, pero es normal. La muerte encoge a las personas. Como si la vida al ceder paso al vacío encendiera un mecanismo de acorazamiento, de reducción de masa, para que la anatomía del cadáver y la del agujero en el suelo coincidieran perfectamente. Como si la muerte supiera que, de lo contrario, se ocuparía más espacio en las tumbas y se necesitaría un planeta más grande en dónde distribuir los huesos, el polvo.
Pensaba en él. Pero pensaba en ti.
Te imaginaba en Casa Blanca, en Marrakech, en Tánger. Imaginé las Tumbas Marinid[9] en Fez, el camello que montaste para llegar ahí y que solía girar la cabeza para verte en el camino, aunque esto lo creo remotamente imposible. Tu carta fue maravillosa. Los pasajes del barco hacia Gibraltar y la manera en que describiste el atardecer fueron excepcionales. Me pareció estar ahí. El asunto del cocodrilo es bastante gracioso. Todo lo que escribiste, lo escribiste también para mí. Por momentos fui Marti, tu Marti. Y pensé que el vínculo entre ustedes dos ahora me correspondía, secreta y parasitariamente. Me atrevo a decir que hubo una transferencia fantasmal del amor que experimentaba él por ti. Porque, aunque no sé cómo eres físicamente, caí profundamente enamorado de ti. Sé que esto debe parecerte lo más desagradable. Lo lamento mucho. No pienso acosarte ni buscarte. Puedes estar tranquila. Mi carta tiene un propósito; no sólo atemorizarte y darte noticias de Marti. Creo que es injusto que la carta que enviaste no tenga una respuesta. Porque, además de tu insólita capacidad para transmitir el espacio arquitectónico, las ruinas y los fenómenos de la naturaleza, encuentro intensamente preocupante tu pregunta al final del texto. No sólo has delegado pequeñas postales de esas bellas ciudades de Marruecos, sino que además has contagiado a tus lectores. Quiero decir, a Marti y a mí. La manera tan tierna en que ves el mundo se colapsa hacia las últimas líneas[10] y se transforma en una brutal ansiedad que reconozco como el Declive de los Suicidas[11]. Quiero responder a nombre de los muertos. Quiero responder por Marti.
Antes debo contarte lo que sucedió conmigo.
Me obsesioné enfermizamente con tu escrito. Cada vez que podía delegaba mi trabajo a alguien más[12] y me quedaba en casa tratando de resolver cómo escribirte de vuelta. Soy un profesional. He inventado tantas tramas en el periódico y ahora me parecía imposible fantasear sobre tu vida en Marruecos. Podría haber imaginado que la pregunta final era un juego entre Marti y tú, pero no pude. Y me carcomía la pesadumbre de los Días de la Verdad que Debe ser Contada, la historia auténtica detrás de aquella carta que parecía, desde mi perspectiva patológica, una atormentada solicitud de soporte psíquico. Alguien debía replicar. ¿Pero cómo?
Estudié mi respuesta. La respuesta que buscabas. Rayé cada pared de mi casa con marcadores, crayolas, lápices, tratando de mejorar con cada versión las palabras que te escribiría. No quedó un solo rincón sin letras y correcciones. Estaba rodeado por verbos, sustantivos, preposiciones, cientos de expresiones que bocetaban una contestación más o menos asequible para auxiliarte en el aprieto psíquico que, según yo, podría llevarte hacia el suicidio. Una y otra vez, lo mismo, cómo explicarte qué es lo real y qué no.
Mi teléfono sonaba a diario. Pero, de la misma manera que expira un órgano en el cuerpo humano, el aparato se fue agotando y su timbre se fue enrareciendo[13] y dejó de sonar por completo[14]. No comí nada durante días. Advertí el hambre hasta que un horrible dolor de estómago me doblegó sobre la alfombra. En el suelo, caí en cuenta que algo en mí se había apagado como una vela que, entonces aseguraba, tenía una luz interminable. Yo era la vela y también la oscuridad y el viento que extinguía el fulgor.
Desperté, Clara, de esa abstracción poética. Ahora yo necesitaba ayuda[15]. Mi cuerpo flaco y maloliente no tenía fuerzas. Mi barba estaba crecida y mis brazos desmejorados. Me arrastré hasta el teléfono pero el servicio estaba cortado. Seguí reptando hasta la puerta y perdí la conciencia antes de alcanzar la perilla. Es cierto que por poco muero de inanición, pero en el fondo sabía que moría de otra cosa, de una melancolía expropiada, de una tristeza que no me pertenecía.
Me encontró Bernini. Él mismo había ido a buscarme porque nadie podía hacer los rellenos editoriales como yo. Me encontraron en condiciones deplorables[16]. Me llevó al hospital. Y tuve una segunda oportunidad. Mientras me recuperaba, tuve un sueño muy extraño en el que tú me decías que la carta de respuesta jamás debía ser escrita. Estábamos sobre un barco cruzando el estrecho y yo te preguntaba hacia dónde se dirigía el bote. Respondiste largamente. Recuerdo cada una de las palabras, pues las anoté al despertar. Dijiste esto en mi cabeza, Clara Sechslingloff:
“Hacia esas luces: Fez, un lugar hermoso que tienes que visitar. Te quedarás ahí tres días, luego partirás a Marrakech, donde estarás otros dos días más. Después decidirás si te diriges a Tetuán o a Nador, donde se habla español y donde hallarás traductor. Tu guía, tu intérprete y tú pasarán algunos días en el desierto pero perderán el rastro, como si un hueco en el universo se hubiera tragado la continuidad de las pistas. Estarás confundido y te sentirás solo porque no tendrás idea de qué estarás buscando y entonces sabrás que tus pesquisas habrán sido en vano, y que todo aquello no ha sido sino una alucinación, un fruto de este mismo sueño. Volverás a tu punto de origen, regresarás a la ciudad de _______, reanudarás tu trabajo en el periódico y con el tiempo te olvidarás de ese fantasma de Marruecos. El tiempo se encargará de anularme en tu memoria. Vivirás dilatadamente y envejecerás. Y en el trayecto hacia la senilidad tu interior se agitará, sin saber por qué, cuando veas ciertas imágenes en la televisión: un camello, un desierto, una caligrafía arábiga, una guerra entre musulmanes y judíos, una mirada infantil en Tánger, un domador de serpientes, un beso de cobra, una mujer cubierta de tela, un té exótico, cualquier cosa vinculada con el futuro al sur de este sueño. El sueño de nosotros sobre el barco. Crecerás y crecerás. Y cuando las ideas de tu cabeza comiencen a desarticularse por la ancianidad, una enfermedad de la mente o el impasible paso de la erosión cerebral, todo cobrará sentido. Porque lo que buscas ahora y buscarás después de este sueño sólo es un breve error cinemático, una distorsión incorpórea, un corto circuito en tu psique. Olvidarás todo y también lo recordarás todo, nítida y atrozmente. Serás un viejo atormentado por la confusión. El fantasma poseerá un cuerpo espectral y recorrerá tu inconsciencia, la cascada química en la que se esconden los recuerdos, o la imaginación y excretarás tus pantalones. Se romperá el filtro que discrimina la ficción y la verdad. Los niños se reirán de ti cuando tropieces y caigas sobre la acera. Y cuando mueras, todos te recordarán así, con los pantalones orinados y la cara hecha mierda. Así que el mensaje es claro, ______ ______. Me buscas porque eres tú quien desea responder mi pregunta. Porque necesitas la respuesta más que yo. Eso has hecho en las paredes sucias de tu casa: Pretender contestar mi horror. ¿Qué es real?”
Terminaste y te lanzaste al agua sin pensar en la cantidad de animales monstruosos que podían comerte allá abajo. Abrí los ojos. Junto a la cama estaba Bernini, dormido, con una revista para adultos sobre las piernas[17]. Seis días después me dieron de alta, tras salir de cuidados intensivos. Estuve en coma una semana pero desperté lúcido. Estaba decidido a buscar aquello que tú, en sueños, pronosticaste como una pérdida de tiempo, y que yo interpreté como un miedo vestigial a llevar una vida aburrida. Aprendí tu lección fantasmagórica, Clara: No estaba redactando historias falsas para el periódico, sino para ocultar mi hastío. No les mentía a los lectores, me engañaba a mí mismo, edición tras edición. ¿Qué es real?, preguntabas en la carta a Marti. Tú eres real. Sé que existes y que estás en Marruecos. Y ahora, al leer esto, sabes que Marti está muerto y que la conexión entre ustedes dos está viva porque yo reanudo la correspondencia.
Esto es real, Clara Sechslingloff: la posibilidad de que los muertos sigan hablando desde el más allá. Que Marti responda para ti, a través de mí. Esto es real: la extraña simultaneidad de la vida y la muerte. Esto es real: el paralelismo de tu amor por un muerto y mi amor por un fantasma. Esto es real: el acontecimiento que se establece con la imaginación de nuestro propio ser envuelto en la nada. Esto es real: El Declive de los Suicidas, la adopción de la oscuridad, el salto desde un barco, pisar el acelerador de un automóvil sin el cinturón de seguridad, el acantilado y las piedras al norte de Parc Rmillate en Tánger. Esto es real: todas y cada una de mis Falsas Notas Rojas, Samuel Gutman, los hackers, Ocean Company, el taxista nazi, los judíos narizones, todo lo que he escrito en los rincones del periódico a media noche. Esto es real: Clara Sechslingloff sentada frente al Atlántico con ganas de matarse.
Como te prometí antes, no iré a buscarte. No soy ningún psicópata. Sólo te escribí para informarte sobre Marti y para compartirte mi más reciente FNR. La escribí esta noche, y para cuando tú leas esta carta, tendrá varios días publicada. Espero que tu muerte falsa te ayude a sobrevivir.
“Tánger, Marruecos. Reporte especial.
El pasado 23 de noviembre de 2003, se recuperó el cuerpo de la señora Clara Sechslingloff, originaria de ciudad _______ en Tánger, Marruecos. El cadáver fue encontrado entre las piedras de un risco al norte de Parc Rmillate, a escasos kilómetros del puerto de esta ciudad africana. Después de varios análisis y pruebas complementarias, realizados por la Gendarmería Real de Marruecos, se determinó que la mujer se quitó la vida.
Gracias al departamento de Investigación de este diario, se descubrió una coincidencia macabra y sobrecogedora. En septiembre del año en curso, frente a las instalaciones de este mismo periódico, murió el señor Marti Sechslingloff en un accidente automovilístico, por lo que se sospecha que la mujer se suicidó al enterarse del fallecimiento de su esposo, mientras hacía labores de cooperación internacional para la Fundación Cruz Blanca y Espadas de Luz. Las autoridades marroquíes informaron que la señora Clara llevaba consigo una carta que fue imposible leer debido a que el agua la deterioró completamente. Se estima que la misiva pudo estar dirigida a su cónyuge, el señor Marti.
La señora Sechslingloff, lingüista de profesión, enseñaba a leer y a escribir a los residentes y desarrollaba estudios de observación e interacción para comprender la realidad local y así, integrar un programa educativo y de inserción sociolaboral. A nombre de todos los que trabajamos en _______ Noticias, lamentamos su sensible fallecimiento. Su cuerpo será velado en la Funeraria Monte Olivo en el Centro Histórico”.
Desde ciudad _______, tu nuevo amigo, ______ _____.
[1] Intuyo que es un seudónimo.
[2] También es seudónimo el mío.
[3] Sé que el mundo es desgraciado por las guerras, los conflictos religiosos, la escoria política, la abusiva economía mundial y todo eso, pero me refiero a calamidades pequeñas, individuales.
[4] Se modifican los nombres para evitar penalizaciones. Aunque sí me han acusado “por faltas a la moral y otros delitos como la manipulación de información”. Yo creo que mi trabajo es otro: le doy una historia memorable a los cadáveres de la triste ciudad de _______. Acá te copio un fragmento de uno de mis artículos para que tengas mejor idea de lo que hago:
Ciudad de _______. Reporte especial.
Anoche, bajo la luz ambarina del aparador principal de una tienda departamental ubicada en Calle 3 y Ponferrada en el Centro Histórico, falleció un hombre de un ataque al corazón. Su nombre era Samuel Gutman y era buscado por la policía internacional desde hace años. El ahora occiso dedicó su vida al fraude y fue el autor de El Incidente del Software de Ocean Company de la ciudad de Nueva York. Parece ser que esta mente criminal escapó de las autoridades norteamericanas y se ocultó en esta ciudad de _______ desde el año 2002.
La firma distribuidora de softwares Ocean Company fue estafada por 38 millones de dólares. En noviembre de 2001, cuando toda la atención estaba focalizada en los eventos del 9/11, Gutman falsificó firmas y oficios que lo hicieron propietario de varias acciones de la empresa. El delincuente recibió ayuda de otros hampones cibertéticos como “Cracker” (Jerry Auster), “Killer Six” (Malone Smith) y “Stardust” (Daniel Owen). Estos hackers entraron al sistema de la distribuidora de softwares y pusieron a nombre de Gutman varias acciones que fueron vendidas al siguiente día en el Banco Nacional.
El botín fue repartido y los truhanes desaparecieron de la faz de la Tierra por un tiempo. A principios de 2003, los piratas de Internet fueron capturados por llamar la atención. Nunca se supo el paradero de Gutman, hasta ayer por la noche que identificaron el cuerpo del presunto falsificador. La señora Malory Gutman, quien fue abandonada por su esposo desde ese día, y apresada por la policía, comentó al Times:
“Yo creo que a Sammy lo han secuestrado los extraterrestres. No creo lo del fraude. Es más probable lo primero. Juro que no he recibido ni un solo dólar de eso que se robó. Yo soy inocente. Pido una disculpa por todo el daño que está haciendo mi marido. Ojalá que no me quieran cobrar ese dinero a mí. Ni viviendo cien veces podría pagarlo”.
La señora Gutman fue liberada meses después cuando fueron atrapados los hackers. No sólo no estaba involucrada, sino que el matrimonio había sido también un engaño. Los papeles del casamiento eran falsos y, aparentemente, la boda civil, un teatro dirigido por el descorazonado señor Gutman que ahora ha muerto a miles de kiómetros de su hogar. Hasta la fecha no se han encontrado pistas del paradero de la fortuna de Ocean. Se cree que está enterrado en su propiedad.
Querida Clara, esta noticia es falsa. Lo que en verdad pasó fue lo siguiente: el señor Samuel Gutman era un extranjero jubilado. Jamás trabajó para Ocean, ni siquiera existe la empresa. Fue un anciano buscando un poco de calor y encontró esta ciudad. El paro cardíaco fue ocasionado por colesterol. Pero una historia sobre la peligrosidad del consumo de huevos fritos no vende periódicos. Así que inventé todo lo demás. No existe ninguna señora Gutman. Sólo hay una trama aburrida sobre un viejo norteamericano sin familia que murió frente a Sears.
[5] Esto no es otra cosa que una campaña de elevación de los índices de violencia en la ciudad para perjudicar al presidente en turno y darle una oportunidad al partido conservador y su nuevo candidato. Los únicos tiempos que corren son los de elecciones.
[6] Redactaba un texto titulado “El Taxi de Hitler”. Era una nota sobre un taxista nazi que mataba pasajeros de su jornada si éste, el pasajero, tenía la nariz grande y era sospechosamente semita. A Bernini le parecía una noticia proselitista y liberal. Imaginé que Bernini, mi jefe, tenía en su hogar un retrato de Musolini. A saber.
[7] En parte por superstición. Pensaba que el hombre había muerto en el accidente después de leerla. Y no quería repetir la maldición. Mejor en mi hogar, en la seguridad del sillón estático.
[8] Es posible que todos los muertos tengan este aspecto. O al menos, los muertos que se matan golpeándose la frente a velocidades tremendas.
[9] Tuve que investigar en Google para darme una mayor idea.
[10] “[…] Volveré al Atlántico, Marti. Hay una vista hermosa al norte de Parc Rmillate. Debes avanzar por Route de la Plage Mercala y luego por Sidi Masmoudi a 5 kilómetros del puerto. Voy todos los días a echar un vistazo por el acantilado y a preguntarme lo mismo. ¿Qué es real? ¿Esto? ¿Esas piedras allá abajo son reales? ¿Yo soy real? ¿Qué es real, Marti? […]”
[11] He leído mil cartas de despedida de gente que se quita la vida en mi trabajo. Siempre hacen la misma pregunta. Al final de su existencia, todos, o casi todos, pierden contacto con la realidad.
[12] Las notas de relleno las puede escribir cualquiera.
[13] El sonido fue perdiendo interés en mi cabeza.
[14] No es que el teléfono se haya descompuesto. Es que dejaron de marcar.
[15] ¿No es irónico? Por poco y nos mato a los dos.
[16] Cuando el cuerpo acepta la muerte, suelta el esfínter y se caga en los pantalones. Claro, si el que muere lleva pantalones. El espectáculo es repugnante.
[17] Era la revista Playboy, edición de Octubre 2003. En portada: Audra Lynn en calzoncillos masculinos color negro y unas réplicas de Converse Chuck Taylor con motivos de conejito. Sentí asco. Me lo imaginé masturbándose a medio metro de mí.
Franco Félix (Sonora, 1981) Narrador y editor. Textos suyos se han publicado en Luvina, Pez Banana, La Tempestad y Tierra Adentro. Es autor de los libros Kafka en traje de baño (Nitro/Press, 2015) y Los gatos de Schrödinger (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015).