
Los tres tecolotes
Daniel Herrera
Un ex empleado se pasea por las calles de la ciudad relatando su rutina diaria. Sanborn’s, Tv y Notas, Vanidades y perfumes de diferentes marcas representan sus hobbies favoritos. Daniel Herrera construye un personaje alienado que habita las calles del Centro Histórico, en busca de un destino para cada día.
En realidad no renuncié al trabajo por aquello de los cursos de eficiencia y productividad; renuncié porque en la oficina no le gustaba a mi jefe que saliera a caminar. Eso no proyectaba una buena imagen, desmoralizaba a mis compañeros y, “¿por qué no se compra un auto para que no ande por ahí causando lástimas, sudando toda la ropa con este calor y desprestigiando a la empresa?” Decía mi jefe... ex jefe. Y es que mi ex tenía razón, la desmoralización la experimenté en carne propia cuando trabajé en Domino’s Pizza. Existía un compañero que nunca hacía su trabajo con gusto. Siempre decía que ese era el peor y más miserable empleo que había conseguido, y sólo lo había aceptado porque necesitaba dinero con urgencia . A todos nos molestaba esa actitud. Pero eso sucedió hace muchos años y no tiene nada que ver con lo que me agrada en realidad.
No compré un carro porque lo que me gusta, lo que disfruto enormemente, es caminar por las calles de esta ciudad. Recorrerla por todos lados, caminarla de un lado a otro. Al lugar que más me agrada ir es al Sanborn’s. Es delicioso entrar y percibir el olor de la sección de perfumes: CK one, Tommy, Obsession, todos los aromas combinados, invadiendo las otras secciones: la de discos que se encuentra justo a un lado, la de muñecos de peluche, hasta la de libros y revistas que se halla en el fondo. Ahí voy a pararme por algunas horas, frente a los estantes, y hojeo las revistas un poco. Después me dirijo a la cafetería. Entro a buscar a alguien que pueda regalarme un café o un mollete; a veces lo consigo, algunas, pocas. Cuando lo logro, la persona casi siempre se enfrasca en una batalla con el periódico, libro o revista que tenga a la mano. Si no tiene nada a la mano, comienza a voltear a todos lados como si estuviera buscando a alguien. Siempre pienso que, o están muy ocupados y no me negaron el café por cortesía, o que en realidad no quieren estar conmigo, pero rápidamente desecho esa opción, ¿cuál sería la razón por la que alguien no desearía estar conmigo?
Cuando no consigo que me regalen algo, regreso a las revistas y tomo una de las más bonitas: Eres o Tv novelas o Tú o Vanidades o Cosmopolitan. Cuando me decido por una de ellas comienzo a verla por todos lados y paso las páginas una y otra vez hasta que la dejo por completo manoseada, con las puntas dobladas y yo estoy muy caliente, Eres y Tv novelas son las que más me excitan. Ahora, después de dejar la revista en donde la encontré, podría ir al baño a desahogarme o podría dirigirme al centro de la ciudad, a alguno de esos bares, o a algún hotel con luces rojas en el interior y mujeres de gordas piernas en minifalda.
La verdad, procuro no visitar demasiado a las putas, porque no es algo higiénico, aunque cuando estoy con una de ellas olvido las normas de limpieza y todo lo que me enseñó mamá. Algunas pueden realizar actos muy variados e interesantes siempre y cuando el intercambio monetario sea satisfactorio para ambos.
A mi ex jefe nunca le dije por qué no compraba un carro y es que no podía decirle que todo lo gastaba en putas: la imagen de la compañía podría resultar lastimada gracias a mi comportamiento. Ahora trabajo por mi cuenta, soy comerciante y siempre llevo un maletín con los catálogos de todos los productos que vendo. No va muy bien el negocio, pero puedo caminar por la ciudad, aunque algunas veces extraño la oficina. Tanto la quería, que me sacrifiqué por ella renunciando para no dañarla con mi conducta.
El punto es que después de ir a Sanborn’s visitaba a las putas, y es que, al ver las fotos de modelos, actrices, cantantes, enterarme de los chismes y amoríos, salía contento, qué va, contentísimo, y sólo cuando estoy alegre, cuando el mundo es perfecto y todo rueda en armonía y nada se encuentra fuera de sitio y todo es una limpia cadenita con un lindo baño de oro igual a las joyas que venden en Sanborn’s, recurro a las putas.
Pero lo que realmente me entristece es la cultura en esta ciudad, a veces entro a los museos y observo que todo está mal, fuera de sitio, basura, mierda. No es como cuando trabajé en Domino’s Pizza; ahí el ambiente era perfecto, animado, positivo. Recuerdo que trabajábamos muchos jóvenes y nos decíamos palabras de aliento unos a los otros, sobre todo en momentos de mucha presión. Por ejemplo, cuando desde la matriz nos enviaban promociones, en esos días el compañero que entregaba las pizzas contaba cuántas faltaban cada vez que un pedido era despachado, entonces todos los demás gritábamos “gracias”. Era algo así como: “¡15!” y respondíamos: “¡gracias!”, “¡16!” y “¡gracias!” “¡15!”, “¡gracias!”, “¡16!”, “¡gracias!” Pero eso sucedió hace muchos años y no tiene nada que ver con la cultura.
Porque la cultura es un valor muy importante que debemos fomentar, sobre todo en la niñez y la juventud que se la pasan viendo revistas de rockeros satánicos, estrellas de cine pornográficas y cosas así. Y cuando veo que está mal hecha me molesta y entristece. Justo como hoy, que me entregaron en un museo un folleto donde se informa sobre las actividades del mes y salen, en grandes fotografías, las principales personalidades de la cultura en esta ciudad. Al ver las fotos y los comentarios al pie de ellas comencé a enfurecerme y saqué de mi maletín una pluma para rayar el indignante folleto.
“La cultura bicicletera de esta ciudad”, escribí a un lado de una foto. Entonces me atreví un poco más: “La estúpida cultura bicicletera de esta idiota ciudad”. Sonaba mejor, le di vuelta al folleto y encontré más fotos; entonces me aventuré: “La puta cultura bicicletera de esta puta ciudad y sus pinches dirigentes”. Aun así no quedé satisfecho y junto a la última foto escribí: “La pinche puta cultura jodida, mierda y culera bicicletera de esta puta y pendeja, maricona ciudad y sus putos, mamones, huele pedos y lame pelotas dirigentes”.
Ahora sí había dicho lo que en realidad opino. Doblé con cuidado el folleto, vigilando que nadie me viera. No quiero que todo el mundo se entere de lo que opino, sobre todo si estas opiniones son tan atrevidas como las que acababa de escribir. Caminé unas cuadras más y justo cuando guardaba la pluma en el maletín, vi a un amigo que se acercaba lentamente, como si estuviera distraído. Creo que me vio y comenzó a cruzar hacia la otra acera, lo alcancé y le di el folleto, quería que sólo un amigo de verdad supiera lo que opino. Él lo tomó y se alejó deprisa, como si realmente estuviera apurado o no quisiera estar conmigo, pero eso último lo descarté de inmediato; seguro tenía alguna cita y ya iba tarde.
Entonces recordé que hace un momento estaba muy enojado, enfurecido, encabronadísimo, y decidí caminar por el centro.
Al pasar por el lugar a donde siempre voy, pensé en ir ahora para ver si un poco de juego con una prostituta me tranquilizaba.
Entré al lugar y comencé a buscar una, encontré la que más me agradaba: una mujer algo rara pero que tenía un cuerpo superior al de las demás. Subimos a uno de los cuartos y le indiqué qué debería hacer, pero todo fue horrible. Al desvestirse descubrí que ella no era ella. Con calma pensé que probar algo nuevo no era malo. Así que, aún con algo de coraje, le pregunté el precio por una acción que considero muy imaginativa. Cuando me lo dijo exploté, había sido demasiado para un solo día. Primero el folleto y luego esto, tan caro, le grité, y comencé a golpearla o golpearlo. Se defendió primero con unos rasguños ineficaces pero una patada en los testículos me dejó fuera de combate como un guerrero heroico atravesado por un dolor inconmensurable. Ahí en el suelo, tratando de recuperarme, escuché que abría la puerta y gritaba muy agudo. Todavía estaba preguntándome por qué mi comportamiento había sido tan agresivo cuando observé a una docena de muchachas entrando a la habitación. Me atacaron a rasguños, patadas y taconazos. Después sentí que era arrastrado fuera del cuarto, empujado por las escaleras y sacado a la calle, donde todavía recibí muchos golpes y escupitajos. Cuando la docena de muchachas volvió a su trabajo, me encontré revolcado en tierra, escupitajos, burla y autocompasión. Me levanté con dificultad y pensé en mi maletín; tal vez me lo guarden y pueda venir mañana a recogerlo.
Comencé a caminar como si mis pies no me pertenecieran: me movía hacia donde ellos indicaran, pronto atisbé el anunció luminoso con sus tres tecolotes tan bonitos. Llegué a la calle y esperé el rojo para cruzar, al otro lado del río de autos se encontraba Sanborn’s y toda la belleza del universo. Entonces vi a los automovilistas y pensé que el mundo estaba acabado, que la gente era débil y patética y vacía. Que la gente tenía mierda en el cerebro, que no esperaba nada, que ellos estaban vencidos de antemano, acabados, muertos. Yo pertenecía a esa gente y también era una basura, una mierda, no merecía ni siquiera tierra, escupitajos, burla o autocompasión, ni el mismo suicidio porque no solucionaría nada. Crucé la calle acompañado por esa sensación, pero pronto olvidé todo, justo cuando abrí la puerta del Sanborn’s y sentí el aire acondicionado golpeando suavemente mi cuerpo.
Daniel Herrera (Torreón, 1978) es escritor y periodista, entre su obra destacan Melamina (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012) y Quisiera ser John Fante (Moho, 2015).