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La caja de Urías

Alberto Chimal

Una moneda que colorea de azul a la persona que la toca, una que te vuelve loco y otra que te da lepra. Treinta y cuatro monedas de esta naturaleza en una caja. A partir de esta idea, Chimal retoma la voz del legendario Kustos en un diálogo que lleva hacia la transfiguración en un ambiente onírico.

 

—¿Señor Nava?

—Encantado. Qué bueno que vino. Le explico, señor Kustos: siempre que hablo de esto pienso en Jorge Acevedo, aquel que escribió ese testimonio tan famoso…

—¿Cuál?

—¿No lo conoce? Seguro que sí. Seguramente recuerda aquella frase de que “El dinero en verdad vuelve loca a la gente”…

—Suena a libro de autoayuda.

—¡Qué dice! El testimonio del señor Acevedo gira alrededor de una moneda que literalmente vuelve loco al que la ve. ¿Realmente no lo ha leído?

—¿El autor se llama Acevedo?

—¡Sí, claro! ¿no lo conoce?

—¿No se llama así uno que escribe novelas de narcos?

(Pausa muy incómoda.)

—No, no tiene nada que ver. Mire…, en resumen: Acevedo vio la moneda fatal una sola vez: diez segundos escasos. Y eso bastó. Pobre hombre. En menos de un año murió. Y estaba en un hospital psiquiátrico. Ya no comía. No hablaba. Era como un vegetal.

—Conozco casos así.

—¡Pero éste se debe, se debe específicamente, a la moneda! Eso es lo que lo hace especial. Una moneda… mágica, digamos, que ocasiona eso. La fijación total y la locura. En su escrito, Acevedo cuenta cómo poco a poco le va siendo más difícil pensar en nada que no sea la moneda. Se come la mente de quien la ha visto, dice…

—Eso suena como un cuento de Lovecraft.

—Bueno, mire, vamos al grano.

Nava se levanta. Todos en el café voltean a mirarlo. Se sonroja y vuelve a sentarse.

Agradece, en silencio, que Kustos no esté sonriendo.

—Lo interesante de mi colección, que se llama la Caja de Urías, que me encantaría que usted conociese…, es que contiene 34 monedas mágicas, todas distintas entre sí.

—¡34 monedas!

Lo que sucede entonces (o así lo piensa el señor Nava) es un milagro:

La cara de Horacio Kustos deja de ser una de duda y se convierte en otra, de asombro.

De maravilla.

—Y todas diferentes a la moneda que destruyó a Acevedo. Está la moneda de un centavo de dólar canadiense que colorea de azul la piel de quien la toca, por ejemplo. El efecto es temporal…, pero también está la moneda de una lira italiana que da lepra.

—¡Lepra!

—Y la moneda de diez pesos mexicanos que cambia de sexo a quien la oye tintinear. La de un euro que hace avanzar exactamente un año a quien la gasta…

—¿Un año en el tiempo?

—Quien la gasta desaparece durante un año entero y reaparece entonces exactamente en el mismo sitio, sin conciencia alguna del tiempo transcurrido…

Y así sucesivamente, por monedas que modifican la materia, las convicciones, los árboles genealógicos; que provocan relámpagos y emanaciones fétidas; que cosquillean en lugares recónditos del cuerpo; que cantan y tiemblan y cuentan historias…

—La última de todas es la más rara de todas. Otra de esas que no deben ser vistas… Pero escuche, escuche, señor Kustos: su valor es un número imaginario, y el nombre de su divisa no puede ser pronunciado por bocas humanas…

—Lovecraft otra vez.

—¡No, no! Escuche. Su facultad es que a quien la mira se le cumple un deseo: el texto de Urías, el dueño original de la colección, dice “el anhelo más profundo de su corazón”… Pero no está claro cómo sucede. De hecho, lo más probable, según se dice, es que ese deseo se cumple sólo en la mente, sólo de modo ¿subjetivo, digamos? Es algo similar a lo que le pasó a Acevedo. El que la mira se hunde en un sueño: cree que el sueño se cumplió. Pero en realidad está convertido en un vegetal en su casa, en una calle, en un hospital…

Kustos lo mira, ahora, con inquietud.

—Tiene que escribir de esto, señor Kustos. Tiene que preservar la historia de estas monedas. Las he cuidado durante tanto tiempo… Y realmente el conocerlo a usted es un sueño hecho…, hecho…

Ahora los dos se miran con inquietud: con gran inquietud, mientras la gente a su alrededor toma café, y ríe, y pasa un rato tan agradable que no parece posible.

Alberto Chimal (Estado de México, 1970) Narrador y ensayista. Profesor de la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha publicado textos en Casa del Tiempo, Hoja por Hoja y Letras Libres. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Algunos libros suyos son La torre y el jardín (Océano, 2012), Los esclavos (Almadía, 2009), Manda Fuego. Antología Personal (FOEM, 2013) y Los Atacantes (Páginas de Espuma, 2015)

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