
“A todos los escritores nos hace falta un ‘Planeta habitable’”: una charla con Ronaldo Menéndez
José Quezada
El escritor cubano —quien recientemente publicó La casa y la isla en AdN, la nueva colección de narrativa contemporánea de Alianza Editorial — habla sobre sus obsesiones en torno a la escritura, las afinidades con sus contemporáneos, la influencia de los clásicos y las consecuencias del Boom en la literatura hispanoamericana. Recuperamos esta entrevista — realizada en 2013— por la particular visión de Ronaldo Menéndez en torno a uno de los géneros abordados en este número especial.
¿Cuál es tu credo para escribir?
Mi credo cambia, como dice Borges: sucesivas y contrarias lealtades. A mi pesar, a veces tengo un impulso camaleónico. Y cuando estoy haciendo alguna cosa pequeña que me hace sentir bien, me vuelvo exagerado y trato que la cosa se haga grande, no importa si termina en tragedia y yo en descalabro.
¿Qué opinas sobre las nuevas generaciones de narradores españoles y latinoamericanos? ¿Quiénes te interesan?
Es el tipo de preguntas que hace que me busque antipatías, y durante un tiempo las coleccionaba, así que ahora estoy trabajando en ello, trato de no ser ‘sincero’ al respecto. Hay de todo, y a veces tengo la impresión de que muchos escriben sin enterarse de que la palabra es lo más importante. Pero también a veces mis amigos me sorprenden y soy muy feliz, uno encuentra textos realmente buenos de Andrés Neuman, Eloy Tizón, Juan Bonilla, Hipólito Navarro, que es un genio, Guadalupe Nettel y Ena Lucía Portela. He mezclado narradores españoles con hispanoamericanos en mi respuesta porque tu pregunta ya los mezcla, aunque luego se centra en hispanoamericanos. Pero quienes más me gustan de las nuevas generaciones son: Dostoievski, Gógol, Turguénev, Faulkner, Flaubert, Henry James… cada vez que descubro un clásico reinventado entre sus líneas, siento que no todo está perdido.
Esta pregunta es tramposa, porque es más de una. Me gustaría saber tu opinión sobre los estragos del Boom, la resaca que se vivió en la industria editorial y el desconocimiento entre autores hispanoamericanos.
Todo el mundo conoce el péndulo: cuando se mueve hacia un extremo, con seguridad no va a quedarse allí. Con más o menos velocidad irá oscilando y terminará acercándose al otro extremo. Lo que llamas “estragos del Boom” fue una consecuencia lógica, y aunque muchos intentan cargarle casi todo el mérito al mercado editorial y sus hallazgos –o sus estímulos o fantasmas– yo creo que fue un periodo de maravilloso y raro florecimiento, de modernización de la lengua castellana desde Latinoamérica, y de escritores geniales que tuvieron suerte. Eso, por supuesto, pasa factura. Detrás de la fertilidad viene la saturación y luego la aridez. En todo caso el mercado editorial español actual es lamentable y yo echo de menos el Boom (soy un anticuado), cada vez se publican más y peores libros y la pobre gente no sabe qué leer y termina intoxicándose de premios Planetas o alguna otra desvergüenza. Y no hay que ser envidioso o parecer resentido: a todos los escritores nos hace falta un Planeta. Pero un ‘Planeta habitable’.
¿Crees que la presencia de Bolaño ha sido fundamental para romper, en cierta medida, los estragos del Boom?
Tengo que leer más a Bolaño, profundizar y dejarme poseer por su obra. He leído sus dos novelas principales y creo que es un escritor magnífico, genial por momentos. Pero de ahí a convertirlo en San Bolaño... Cuando leo a los escritores de verdad de mi generación sé que sus maestros son otros: Cortázar, Borges, Onetti, los clásicos rusos, franceses y norteamericanos, los escritores alemanes, norteamericanos y franceses contemporáneos, y hasta autoras geniales como Ana Blandiana y Agota Kristof… Creo que me he aprovechado de tu pregunta casi para tergiversarla. Tienes razón en algo: editorialmente Bolaño pone en escena a un nuevo escritor latinoamericano tras los estragos del Boom. Creo que hay que ‘desbolañizar’ los congresos literarios y el discurso crítico cacareado.
Me parece que hay una sensación opresiva en tu obra, ¿podrías hablar un poco más sobre eso? ¿Qué es lo que te obsesiona y de dónde viene?
Me obsesiona lo sinvergüenza que es la mayoría de la gente. Lo abyecto y cobarde que puede llegar a ser el ‘maravilloso’ ser humano. Lo mentirosos que somos. Lo egocéntricos y vanidosos y taimados. Y dentro de este fértil panorama literario, dentro de este zoológico predecible, está la relación que cada fauna local establece con sus contextos. O sea, esa misma gente que tiene siglos de cultura tras las espaldas, o que se dice buena por ser humilde, colócalas en un estado degenerativo de poder, colócalas bajo la tutela de cualquier político degenerado de turno, y verás si no nos comportamos como verdaderas bestias. Eso me obsesiona, me resulta tan ilustrativo e interesante. Y tan triste.
¿Cómo fue tu camino como escritor antes de viajar a España? A partir de tu experiencia, ¿cómo es la industria editorial en Cuba y cuál fue la diferencia antes de dar el salto?
Yo no he dado ningún ‘salto’, más bien se trata de un deslizamiento paulatino, casi diría que lógico: trabajo constante y desvelado. Cuando alguien ‘salta’ todos lo ven y suele hacer mucho ruido. Ahora, antes de mi deslizamiento o mi humilde saltito personal, mi experiencia de la ‘industria editorial’ en Cuba fue la de un cierto éxito inédito, ganaba premios nacionales que implicaban la publicación pero no me publicaban diciendo que no tenían papel. En ese periodo lóbrego de los años noventa entraron muchos libros encubiertamente censurados, libros incómodos para alguien. Cuando publiqué mi primer libro en Cuba yo ya vivía en el Perú. Y enseguida empecé a publicar en España. Ahora en Cuba tengo amigos al frente de editoriales y con cargos en la UNEAC, que es la institución nacional que administra a los escritores. Pero, sobre todo, nadie es profeta en su tierra. De lejos, me quieren más.
¿Cuál sería tu árbol genealógico como novelista?
Mis abuelos: Los clásicos rusos, sobre todo Dostoievski, Tolstoi y Turguénev; y Thomas Mann y los franceses. Soy también un borgeano empedernido. Y durante mucho tiempo mis ancestros fueron la poesía francesa de principios de siglo XX. Kafka forever, lo mismo que el Boom. He descubierto la maravillosa literatura japonesa y china, y me he quedado ahí por un tiempo. Y como primos tengo el hallazgo de una increíble y genial literatura de la ex Europa comunista del este: Ana Blandiana, Herta Müller, Agota Kristof, Imre Kertész.
Me intriga el espíritu cubano en tu obra. ¿Qué tanto de desencanto y opresión hay en ella?
Uno no tiene recuerdos: uno es sus recuerdos. O sea, la memoria no es una habitación llena de anaqueles donde entramos con cierta frecuencia. Uno está hecho de memoria. Hasta el acto de caminar o la imagen que nos trae un olor es memoria involuntaria. Y los seres humanos acumulamos tiempo y luego lo interpretamos, esta interpretación del pasado no es un registro fijo, varía según el lugar desde donde recordamos. La Cuba de mi obra es la que se empeña en urdir mi memoria maltratada por los años de vivir en Cuba. Pero a la vez insisto en salir de ahí, en trascender a Cuba literariamente, por eso intento que aquello adquiera una dimensión simbólica, o metafórica, que haga que lo que escribo sea más ‘universal’. Me horroriza escribir sólo para ‘cubanos’.
¿Cómo ha influido el cine en tu obra?
Veo mucho cine, malo y bueno. Lo que más me influye suele tener que ver con dos cosas que sabe hacer el cine de manera peculiar: el ritmo y la estructura. El cine articula a través de la imagen, y sabe que el ritmo de la imagen es fundamental en las emociones y la actitud del espectador. Luego va conformando una sintaxis de planos-secuencias donde cada unidad lleva a otra subordinando la estructura narrativa a la articulación en imágenes. Eso me fascina del cine y a veces se mete en lo que escribo.
¿Tienes alguna teoría personal de escritura?
Casi todo el mundo sabe el secreto: a escribir se aprende escribiendo, y leyendo. Y casi ni me atrevo a formular tesis personales porque me parece una pretensión fuera de lugar, y mis tesis terminan siendo muy parecidas a las de otros que me antecedieron. Mi secreto, que prefiero llamar ‘recurso’, es no saber casi nuca qué es lo que voy a contar. Eso hace que mi texto se mantenga vivo. Soy el primer sorprendido con ciertas soluciones y giros argumentales en lo que escribo. A esto lo he llamado ‘la sorpresa íntima’. Y sin ella, sencillamente, me aburro. Y si me aburro el texto carece de nervio, queda como pura cocina literaria. No me sirve.
¿Cuáles son los libros más representativos para ti?
Cualquier colección de relatos de Borges. Rayuela, de Cortázar, en su momento, aunque ahora me resulta ingenuo en algunos aspectos. El proceso, de Kafka. Crimen y castigo, de Dostoievski. Doktor Faustus, de Thomas Mann. Una joya personal: Proyectos de pasado, de Ana Blandiana.
Ronaldo Menéndez (La Habana, 1970) Licenciado en Historia del Arte. En 1997 ganó el Premio Casa de las Américas de Cuba y dos años después el Lengua de Trapo de Narrativa. Reside en Madrid, donde dicta cursos de escritura y colabora en diversos medios. Es autor de los libros Alguien se va lamiento todo (Premio David, 1990), Las bestias (Lengua de Trapo, 2006), La casa y la isla (AdN, 2016), entre otros.
José Quezada (Ciudad de México, 1988) Escritor. Ha publicado reseñas, crónicas y entrevistas en Tierra Adentro, Círculo de Poesía, Periódico de Poesía, Casa del Tiempo y Máspormás.