
Dios puso la inteligencia en las muelas
Itzel Lara
En un consultorio de dentista, Rogelio le confiesa a Emilia la razón de su cita: la inteligencia que Dios le dejó en las muelas y la señal que recibió a través del graffiti hecho por una señora que vendía conejitos de peluche. Mediante un diálogo poco común, Itzel Lara reúne personajes que dejan ver sus filosofías y supersticiones, encaminándose hacia un final inesperado.
En la sala de espera de un consultorio dental. Rogelio, un hombre entrando en la década de los cincuenta, espera a ser atendido. A su lado, Emilia, una tímida muchacha de treinta. Se escucha el sonido del reloj de pared. Silencio prolongado. Rogelio se queja, Emilia lo voltea a ver. Nada. Silencio. Rogelio se queja una vez más.
EMILIA: ¿Se encuentra bien?
ROGELIO: Oh, sí, sí, gracias, qué amable.
EMILIA: Mi cita es a las cuatro. ¿La suya?
ROGELIO: A las cinco.
EMILIA: En ese caso, pase usted primero, por favor.
ROGELIO: No, no, el orden es importante...
EMILIA: ...
ROGELIO: Me refiero a que las citas se agendan por algo y no nos corresponde a los agendados cambiar ese orden, aunque sea algo de vida o muerte.
EMILIA: Siendo así...
Rogelio se queja de nuevo, Emilia saca una pastilla.
EMILIA: Tome, para el dolor.
ROGELIO: Soy alérgico a la penicilina.
EMILIA: No, no, es una aspirina solamente.
ROGELIO: Gracias.
Rogelio saca una botella de agua, con trabajos coloca la pastilla en su boca, le da un sorbo al líquido. El agua se le escurre por las mejillas, pero con un pañuelo se seca.
ROGELIO: Esto cada vez se pone más difícil, pero qué le cuento, seguramente usted también me comprende.
EMILIA: Mi caries es muy chiquitita en realidad.
ROGELIO: ¿En dónde? No, no me diga... en el colmillo.
EMILIA: En... una muela.
ROGELIO: ¡NO!
EMILIA: Sí, pero igual me molesta así que...
ROGELIO: ¿Se la/ (en confidencia)… ¿Se la va a quitar?
EMILIA: Ajá...
ROGELIO: Pero es suya, su cuerpo la generó.
EMILIA: En efecto.
ROGELIO: Probablemente lleva... no sé... veinte años con usted.
EMILIA: Dieciocho; tardé en mudar.
ROGELIO: ¿Y se deshace de ella como si nada?
EMILIA: No lo ponga así...
ROGELIO: Le dejará un hueco muy difícil de llenar....
EMILIA: Para serle sincera, lo estuve pensando mucho pero luego recordé que... (en confidencia) aún no me salen las del juicio, así que... problema resuelto.
Rogelio, la mira con enfado y se aleja unos centímetros de ella. Emilia lo nota pero disimula. Silencio. Rogelio se queja de nuevo.
EMILIA: ¿Quiere otra aspirina?
ROGELIO: No.
EMILIA: ¿Es una caries muy avanzada?
ROGELIO: Sí.
EMILIA: Y no... se la piensa...
ROGELIO: Ni de broma.
EMILIA: Pero le due/
ROGELIO: “Yo sólo sé que Dios puso en las muelas la inteligencia”.
EMILIA: ¿Perdón?
ROGELIO: “Yo sólo sé que Dios puso en las muelas la inteligencia”.
EMILIA: ¿Y por eso no se la quiere quitar?
ROGELIO: Sí.
EMILIA: Pero eso no tiene lógica.
ROGELIO: Escuche: “Yo sólo sé que Dios puso en las muelas la inteligencia”. ¿Comprende?
EMILIA: Por supuesto que... no. ¿Quién le dijo eso? Seguro la recepcionista; he notado que tiene un rosario en la mano todo el tiempo.
ROGELIO: Me lo dijo Dios, ¿quién más?
Emilia se aleja un poco de él pero sin levantarse del sillón. Silencio prolongado.
ROGELIO: Durante años pedí una señal, decía: “Señor, dame una señal, algo....” Y ¿sabe qué recibía como respuesta?
Emilia lo mira fijamente, guarda silencio.
ROGELIO: Nada, obtenía: “nada”. Pero un domingo fui al bautizo del hijo de una amiga a la que no veía en años.
EMILIA: Espere.
ROGELIO: ¿Sí?
EMILIA: No me ha dicho para qué pedía la señal.
ROGELIO: ¿Cómo para qué?
EMILIA: Sí, para qué. Uno pide una señal cuando quiere algo, un camino que tomar.
ROGELIO: Bueno pues... para saber... para saber si, si alguien realmente nos escucha, si no somos miles de botellas con recados que nadie leerá y que a nadie le importan... y si iba a ser pobre o rico.
EMILIA: ...
ROGELIO: ¿Usted nunca se ha preguntado eso?
EMILIA: Vivo con mi madre, me dejaba y me recogía de la escuela hasta que acabé la universidad. Siempre, siempre alguien me escucha.
Rogelio se queja de nuevo, toma agua.
ROGELIO: Entonces en ese bautizo del hijo de la amiga a la que llevaba años, años sin ver, me llegó el mensaje.
EMILIA: La cosa esa de las muelas...
ROGELIO: Sí.
EMILIA: ¿Lo dijo el sacerdote en el sermón?
ROGELIO: No. Lo dijo una señora a la que no conocía y que no he vuelto a ver. La señora vendía conejos de peluche de todos colores y tamaños. Había unos más bonitos que otros pero en general todos estaban mugrosos y posiblemente con chinches.
EMILIA: ¿A esa señora le habla Dios?
ROGELIO: Dios me habló a mí a través de ella. Ella me dijo: ¿Ve esa pared de allá? Claro, le contesté, traigo mis lentes. Bueno, pues en esa pared ayer apareció la frase: “Yo sólo sé que Dios puso en las muelas la inteligencia”, pintada con aerosol negro. La palabra “muela” se les chorreó un poco, pero se entendía ¿Qué le parece, eh? Me dijo.
EMILIA: ¿Y qué le pareció?
ROGELIO: ¿Cómo que qué me pareció? Me pareció la frase más verídica y hermosa que haya escuchado jamás hasta ese momento.
EMILIA: ¿Y quién la escribió?
ROGELIO: Dios.
EMILIA: ¿Dios hace grafitis?
ROGELIO: Veo que no me toma en serio. Será mejor guardar silencio.
EMILIA: No, no, perdón.
ROGELIO: Shhh.
EMILIA: Pero...
ROGELIO: Shhh....
EMILIA: Continúe por favor, se lo suplico.
Rogelio la mira de reojo, suspira.
ROGELIO: Cuando le dije a la vendedora que me enseñara el lugar exacto donde habían escrito tan hermosa frase, me señaló una pared completamente en blanco.
EMILIA: ¿Sin pinta?
ROGELIO: Ajá
EMILIA: ¿Sin recado?
ROGELIO: Ajá
EMILIA: Le tomó el pelo...
ROGELIO: Al contrario, corroboró que el mensaje era para mí porque si ya no estaba, nadie más podía verlo, ¿cierto?
EMILIA: Ni usted...
ROGELIO: Pero yo sí lo vi... lo vi a través de los ojos de la señora.
EMILIA: ¿Y cómo sabe que no era un mensaje para la señora y no para usted?
ROGELIO: Muy fácil, porque ella nunca había pedido una señal divina, ni siquiera le interesaba.
EMILIA: ¿Se lo dijo?
ROGELIO: Con su mirada y su silencio.
EMILIA: ...
ROGELIO: El lenguaje corporal dice más que mil palabras...
EMILIA: Ya veo.
Rogelio se empieza a quejar del dolor, es evidente que tiene mucho. De repente, se agarra la boca y sin querer escupe una muela. Los dos miran la muela en el suelo.
EMILIA: ¡No!
ROGELIO: Regresa, regresa.
Rogelio trata de encajarla de nuevo pero no puede, resignado la deja en la pequeña mesa de centro de la recepción.
ROGELIO: Regresa.
Emilia la agarra.
ROGELIO: ¡No, no la toque!
Emilia suelta por instinto la muela; ésta cae al suelo con tal fuerza que rueda por el piso y se mete debajo del sillón.
ROGELIO: ¿Qué ha hecho? ¿Qué ha hecho?
Resignado, suelta unas lágrimas. Emilia se agacha a tratar de encontrarla, pero no puede verla.
EMILIA: Ya no llore, por favor, seguro ahorita el dentista se la acomoda de nuevo... Nada más que la encuentre...
ROGELIO: Déjelo, déjelo ya... es imposible... aunque aparezca, está toda podrida, no tiene salvación. Sabía que tenía que comprar otro hilo dental más caro, lo sabía. Ahora nunca, nunca obtendré mi ascenso.
EMILIA: ...
ROGELIO: Al otro día de que la señora me dijo lo que había escrito en la pared, comencé a lavarme mi dentadura tres veces al día con pasta “protección encías sangrantes”. Eso es, me dije, eso es, lo que siempre habías buscado, Rogelio, es eso, es tu respuesta, lo único que tienes que hacer para tener una carrera terminada y un empleo asegurado, es cuidar todos y cada uno de tus treinta y un dientes -perdí uno cuando niño- y eso hice.
EMILIA: ¿Y lo consiguió?
ROGELIO: Claro, soy auxiliar de contador, titulado con honores. Y en mi trabajo tengo el cargo de “cuarto asistente auxiliar de contador”.
EMILIA: Ah...
ROGELIO: Pero ahora que quería aplicar al examen para ser el segundo auxiliar... me pasa... Esto. (Señala su muela)
EMILIA: Cuánto lo siento. ¿Cómo lo ayudo?
ROGELIO: La gente torpe, ignorante y sin... sin inteligencia como yo, no merece ayuda de ningún tipo, no lo merecemos. Me marcho.
EMILIA: ¿Pero cómo? Espere a que el dentista lo reciba, por favor; seguro él le coloca una muela nueva, una postiza.
ROGELIO: ¿Postiza? ¿De porcelana?
EMILIA: Sí, de porcelana fina.
ROGELIO: No me sirve. Dios no puso la inteligencia en la porcelana, aunque tenga forma de muela. Adiós.
EMILIA: ¿A dónde va?
ROGELIO: A renunciar a mi trabajo, no estoy dispuesto a ser la burla de todos cuando vean que no aprobé el examen.
EMILIA: Se lo suplico, quédese.
ROGELIO: No sea buena conmigo sólo por compasión. Hasta nunca.
Rogelio se acerca a la puerta de salida del consultorio. Emilia se toca la mejilla.
EMILIA: ¡Espere! ¡Tengo una idea!
ROGELIO: ¿Cuál?
EMILIA: Le daré la mía, tiene un poco de caries pero seguramente con ella podrá obtener una buena calificación.
ROGELIO: ¿Usted haría algo así por mí?
EMILIA: Pues... supongo...
ROGELIO: Pero... ¿con qué promedio salió de la primaria?
EMILIA: Ocho punto ocho.
ROGELIO: ¿Y de la secundaria?
EMILIA: Ocho punto dos.
ROGELIO: Mmmm...
EMILIA: No soy buena para la música, y la flauta era un martirio.
ROGELIO: ¿Acabó la prepa?
EMILIA: Y llegué hasta el segundo semestre de ingeniería industrial, luego lo dejé para cuidar a mi mamá.
ROGELIO: ¿En verdad haría algo así por mí?
EMILIA: Trabajo en un Mc’Donalds, soy gerente de la tienda; creo que he llegado a la cúspide de mi carrera laboral, para mí... no hay más allá, y si lo hay, siempre tendré una muela del juicio para probar mejor suerte.
Rogelio sonríe y se sienta, le ofrece la mano en señal de agradecimiento.
ROGELIO: Tendré que quitar el portarretrato con la postal de Navidad de mi escritorio para poner el letrero de mi nuevo cargo en el trabajo.
Ambos sonríen, se empieza a abrir la puerta del consultorio del dentista.
Itzel Lara. Dramaturga y reseñista. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas (2009-2011). Recibió el Apoyo a Creadores cinematográficos del IMCINE (2010). Becaria Jóvenes Creadores, FONCA, en dramaturgia (2008-2009) y guionista en Canal Once. También ha publicado obras en la Editorial El Milagro; Los Textos de la Capilla, segunda generación; Tierra Adentro, Buena tinta y la revista Este País. Obtuvo Segundo lugar en la Primera Convocatoria del Encuentro Davar.