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Adiós marineros, Adiós monstruos del mar

Gibrán Portela

El capitán del barco y un marinero de la tripulación hablan entre la niebla, el mar y el humo del cigarro. Mientras tanto, a cierta distancia del navío, Reyes Delgado observa los tacones y los labios rojos de José. Ambos diálogos imponen sus preocupaciones y personajes cercados por la amplia presencia del mar.

Another wrong good-bye and a hundred sailors

that deep blue sky is my home.

 

Tom Waits

 

 

I

Un barco de guerra envuelto en la niebla, a mitad del mar que apenas se distingue. El Capitán tiene una gran cicatriz que le cruza la cara y un parche en el ojo. La calma es demasiada ya, no hay ruido; si acaso el de algún animal marino muy a lo lejos, si acaso el de un pajarraco de mar, si acaso las olas que golpean tímidas el casco del barco, que lo acarician. El Capitán intenta ver algo a través de un catalejo. La niebla no es todo, es parte de aquello que nos separa de ver las cosas como son. La niebla se mete en nuestro cerebro y lo llena y luego nada, luego no podemos ver, luego quedamos ciegos. El capitán sigue con su catalejo.

 

CAPITÁN- No veo ni madres.

MARINERO- Todo listo, mi capitán.

CAPITÁN- ¿Crees que estás listo?

MARINERO- Sí, mi capitán.

 

El Capitán enciende un cigarro. El Marinero lo ve desconcertado.

 

MARINERO- Disculpe, mi Capitán, pero ya se acercan. El radar dice que avanzan aproximadamente a 300 nudos.

 

CAPITÁN- Dime, marinero, ¿tienes esposa?

MARINERO- Y una hija, mi capitán.

CAPITÁN- ¿Edad?

MARINERO- 3 años.

CAPITÁN- ¿Qué fue lo último que les dijiste?

MARINERO- Mi hija estaba dormida, le di un beso en la frente y le dije que la quería, que volvería para su cumpleaños; a mi mujer le dije que volvería pronto, que la quería.

CAPITÁN- ¿Por qué les mentiste?

MARINERO- …

CAPITÁN- ¿Sabes que no vamos a volver?

MARINERO- Un marinero siempre está preparado para todo, capitán.

CAPITÁN- Fantástico.

Varios kilómetros atrás del barco, hay un puerto que proteger, un puerto lleno de sombras, de los recuerdos de un pasado mejor, un puerto antes soleado y lleno de vida en donde un día la neblina decidió hacer su hogar, su nido, mismo que no ha dejado hasta el día de hoy. El día que llegó la niebla casi no lo recuerda nadie; abrieron los ojos y todo blanco blanco, muy blanco y opaco a la vez. Las nubes bajaron del cielo y se quedaron para siempre, por eso hay algunos que llaman a este lugar así, Puerto del Cielo. No es tan bueno como se escucha.

 

II

Reyes Delgado sentado tras su escritorio. Un teléfono. Un perchero con un saco y gabardina y un sombrero.

 

REYES DELGADO- Nunca pasa nada. Sólo las grúas de los barcos que no saben otra cosa que llevar cajas de un lado a otro. Miro el humo de mi cigarro estrellarse contra el techo. Aquí los periódicos tienen una sola hoja y está vacía. A veces veo por la ventana; siempre los mismos barcos y esas grúas y esos marineros que son tragados por la neblina. Aquí es difícil distinguir al sol de las otras cosas. Es complicado saber si es de día o de noche. Bebo un trago de mezcal, siempre tengo mezcal; pase lo que pase, siempre tengo un trago. Hace mucho que no tengo ningún cliente. 

 

 

Mira  la puerta en espera de una mujer perfectamente rubia y perfectamente malvada, con tacones tan rojos como sus labios y un cigarrillo con boquilla esperando a ser encendido.

 

Suena el teléfono.

 

REYES DELGADO- Detective Reyes Delgado ¿en qué puedo ayudarle? … ¿No entiendes? No voy a volver… ¡No me importa! … Alguien tocó la puerta. No lo voy a decir… Ya… Está bien… Te quiero mami. Adiós.

Cuelga.

REYES DELGADO- De nuevo hablar conmigo mismo, es mejor que platicar con mi madre. No es mi culpa que se sienta tan sola, yo también me siento solo, todos nos sentimos solos aquí. La neblina nos devora la sonrisa, el corazón. La neblina es lo único incorruptible en este puerto que todo lo…

 

JOSÉ- ¿En qué está pensando, detective?

 

En esos ojos hermosos, en ese vestido largo, en ese cigarro que espera a ser encendido, en esos zapatos tan rojos como esos labios que jamás serán suyos, en eso piensa el detective. También en el bonito sombrero de José, en sus ojos, en sus labios que nunca serán míos, en eso piensa el detective.

 

JOSÉ- ¿Me puedo sentar?

REYES DELGADO- Por favor… ¿En, en qué… puedo ayudarla?

JOSÉ- ¿Me va a invitar un trago o tengo que pedírselo?

REYES DELGADO- ¿Hielo?

JOSÉ- ¿También tengo que pedirle lumbre?

REYES DELGADO- Disculpe.

JOSÉ- Tres hielos.

REYES DELGADO- ¿Tres?

JOSÉ- Eso no son tres hielos.

REYES DELGADO- Sí, claro… ¿Así?

JOSÉ- Ahí van cuatro hielos ¿No sabe contar, señor detective?

REYES DELGADO- ¿Así?

JOSÉ- Eso sí son tres hielos. Dígame, detective Reyes Delgado, ¿tiene nombre de pila?

REYES DELGADO- No.

JOSÉ- ¿Está seguro?

REYES DELGADO- Yo me conozco.

JOSÉ- Este whisky es muy malo.

REYES DELGADO- Es mezcal.

JOSÉ- El mezcal no lleva hielo.

REYES DELGADO- Usted me pidió.

JOSÉ- Usted me ofreció.

REYES DELGADO- Digamos que los dos tenemos algo de culpa.

JOSÉ- ¿Por qué me trata así? ¿Cree que me lo merezco o no tiene nada mejor qué ofrecer?

REYES DELGADO- Usted dígamelo, no sé ni su nombre.

JOSÉ- Yo tampoco sé el suyo.

REYES DELGADO- Mis padres nunca fueron muy ocurrentes siempre…

JOSÉ- Guarde esa plática para cuando vayamos a la cama.

REYES DELGADO- ¿Perdón?

JOSÉ- Me llamo José.

REYES DELGADO- ¿José?

JOSÉ- ¿Es sordo?

REYES DELGADO- Ese nombre no es de mujer.

JOSÉ- ¿Le parezco otra cosa?

REYES DELGADO- Uno nunca sabe.

JOSÉ- No me pida que le enseñe la entrepierna; no todavía.

REYES DELGADO- ¿Apellidos?

JOSÉ- Ninguno, los perdí por ahí.

REYES DELGADO- Y dígame, señora José, ¿en qué puedo ayudarla?

JOSÉ- ¿Señora?

REYES DELGADO- Señorita se me hizo algo aventurado.

JOSÉ- Veo que ya se le quitaron los nervios.

REYES DELGADO- ¿En qué puedo ayudarla?

 

Silencio.

Suena el teléfono insistentemente, como un mantra hecho por el mismísimo demonio, como la voz de una madre diciéndole a un niño que ya es hora de ir a la escuela.

 

JOSÉ- ¿No piensa contestar?

REYES DELGADO- Estoy trabajando.

JOSÉ- Puede que se trate de un trabajo más interesante que el que yo vengo a ofrecerle.

REYES DELGADO- No lo creo.

 

El teléfono sigue sonando.

 

JOSÉ- Me está matando ese sonido. Nunca me han gustado los teléfonos, casi siempre dan malas noticias.

REYES DELGADO- Tenemos muchas cosas en común.

JOSÉ- Suelo terminar pronto con las cosas que no me gustan, por eso contesto rápido.

 

José intenta contestar pero Reyes Delgado la detiene.

 

JOSÉ- Me está lastimando, ésta no es forma de tratar a sus clientes.

 

El teléfono deja de sonar.

 

JOSÉ- ¿No quiere contestarle a su esposa? Sé que vamos a ser amantes, pero por ahora prometo que no voy a enfadarme.

REYES DELGADO- Lo dice con mucha seguridad.

JOSÉ- O déjeme ver, era su madre y le avergüenza contestarle delante de mí. También me avergonzaría.

 

Reyes Delgado enciende un cigarro. El humo se eleva, golpea contra las aspas del ventilador del techo que lo deshacen.

 

JOSÉ- ¿Por qué desconecta el teléfono?

REYES DELGADO- ¿En qué la puedo ayudar?

JOSÉ- En algún momento todos los hombres comienzan a hablarme con un tono bastante duro. Siempre he tenido mala suerte con ustedes. Quizá me lo merezco. Pero no siempre fui mala.

REYES DELGADO- Nadie ha dicho que sea mala.

JOSÉ- Pero lo está pensando, no tiene que decirlo. Cuando era niña me rompieron el corazón y nunca volví a ser la misma.

REYES DELGADO- ¿Cuántos años tenía?

JOSÉ- Siete, pero no lo quiero aburrir con mis historias, eso será en otro momento; algún día le voy a contar todo.

REYES DELGADO- ¿En la cama?

JOSÉ- ¿No le parece que va muy rápido? Soy una mujer casada y probablemente engañada.

REYES DELGADO- Cómo se llama su marido.

JOSÉ- El señor Baldor. ¿Ha escuchado hablar de él?

REYES DELGADO- Seguramente es mucho más grande que usted, pero ya está harta y quiere separarse, necesita algunas pruebas para pedir el divorcio y llevarse un buen dinero. ¿Miento?

JOSÉ- ¿No sabe nada del señor Baldor? ¿No ha escuchado hablar de mi marido?

REYES DELGADO- Soy un hombre ocupado.

JOSÉ- Simplemente quiero saber la verdad. Soy una mujer de sociedad y usted sabe que todo el mundo se entera de todo, menos la víctima, claro. ¿Decepcionado?

REYES DELGADO- En esta ciudad nunca pasa nada.

JOSÉ- Sólo es cuestión de abrir los ojos.

REYES DELGADO- Algo más que deba saber de su marido…

 

José deja un sobre manila sobre el escritorio. Reyes Delgado abre el sobre, sólo hay una fotografía.

Gibrán PortelaGanó el Premio Nacional de Teatro Joven Mancebo del Castillo 2008 por la obra Alaska. Obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia Emilio Carballido con Hay un lobo que se come el sol todos los inviernos y ha sido coguionista de los largometrajes Güeros y La jaula de oro, el cual obtuvo el premio Ariel (2014) a mejor guión cinematográfico.

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